1 Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os prediqué, que habéis recibido y en el cual permanecéis firmes, 2 por el cual también sois salvados, si lo guardáis tal como os lo prediqué… Si no, ¡habríais creído en vano! 3 Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; 4 que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; 5 que se apareció a Cefas y luego a los Doce; 6 después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales todavía la mayor parte viven y otros murieron. 7 Luego se apareció a Santiago; más tarde, a todos los apóstoles. 8 Y en último término se me apareció también a mí, como a un abortivo. 9 Pues yo soy el último de los apóstoles: indigno del nombre de apóstol, por haber perseguido a la Iglesia de Dios. 10 Mas, por la gracia de Dios, soy lo que soy; y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Pero no yo, sino la gracia de Dios que está conmigo. 11 Pues bien, tanto ellos como yo esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído.
1 ¡Dad gracias a Yahveh, porque es bueno, porque es eterno su amor! 2 ¡Diga la casa de Israel: que es eterno su amor!
16 Excelsa la diestra de Yahveh, la diestra de Yahveh hace proezas!» 17 No, no he de morir, que viviré, y contaré las obras de Yahveh.
28 Tú eres mi Dios, yo te doy gracias, Dios mío, yo te exalto.
36 Un fariseo le rogó que comiera con él, y, entrando en la casa del fariseo, se puso a la mesa. 37 Había en la ciudad una mujer pecadora pública, quien al saber que estaba comiendo en casa del fariseo, llevó un frasco de alabastro de perfume, 38 y poniéndose detrás, a los pies de Él, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies y con los cabellos de su cabeza se los secaba; besaba sus pies y los ungía con el perfume. 39 Al verlo el fariseo que le había invitado, se decía para sí: «Si éste fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, pues es una pecadora.» 40 Jesús le respondió: «Simón, tengo algo que decirte». Él dijo: «Di, maestro.» 41 Un acreedor tenía dos deudores: uno debía quinientos denarios y el otro cincuenta. 42 Como no tenían para pagarle, perdonó a los dos. ¿Quién de ellos le amará más?» 43 Respondió Simón: «Supongo que aquel a quien perdonó más». Él le dijo: «Has juzgado bien», 44 y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies. Ella, en cambio, ha mojado mis pies con lágrimas, y los ha secado con sus cabellos. 45 No me diste el beso. Ella, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. 46 No ungiste mi cabeza con aceite. Ella ha ungido mis pies con perfume. 47 Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra». 48 Y le dijo a ella: «Tus pecados quedan perdonados.» 49 Los comensales empezaron a decirse para sí: «¿Quién es éste que hasta perdona los pecados?» 50 Pero Él dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado. Vete en paz».
7 El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente, 8 y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia; 9 y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen.
2 En ti, Yahveh, me cobijo, ¡oh, no sea confundido jamás! ¡Recóbrame por tu justicia, líbrame, 3 tiende hacia mí tu oído, date prisa! Sé para mí una roca de refugio, alcázar fuerte que me salve; 4 pues mi roca eres tú, mi fortaleza, y, por tu nombre, me guías y diriges.
5 Sácame de la red que me han tendido, que tú eres mi refugio; 6 en tus manos mi espíritu encomiendo, tú, Yahveh, me rescatas. Dios de verdad.
15 Mas yo confío en ti, Yahveh, me digo: «¡Tú eres mi Dios!» 16 Está en tus manos mi destino, líbrame de las manos de mis enemigos y perseguidores.
20 ¡Qué grande es tu bondad, Yahveh! Tú la reservas para los que te temen, se la brindas a los que a ti se acogen, ante los hijos de Adán.
25 Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Clopás, y María Magdalena. 26 Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.» 27 Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre.» Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa.
33 Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de Él. 34 Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción – 35 ¡y a ti misma una espada te atravesará el alma! – a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones.»