V Domingo de Cuaresma
21 marzo, 2021
Martes V Semana de Cuaresma
23 marzo, 2021

Lunes V Semana de Cuaresma

Daniel 13, 1-9; 15-17; 19-30; 33-62

1 Vivía en Babilonia un hombre llamado Joaquín. 2 Se había casado con una mujer llamada Susana, hija de Jilquías, que era muy bella y temerosa de Dios; 3 sus padres eran justos y habían educado a su hija según la ley de Moisés. 4 Joaquín era muy rico, tenía un jardín contiguo a su casa, y los judíos solían acudir donde él, porque era el más prestigioso de todos. 5 Aquel año habían sido nombrados jueces dos ancianos, escogidos entre el pueblo, de aquellos de quienes dijo el Señor: «La iniquidad salió en Babilonia de los ancianos y jueces que se hacían guías del pueblo.» 6 Venían éstos a menudo a casa de Joaquín, y todos los que tenían algún litigio se dirigían a ellos. 7 Cuando todo el mundo se había retirado ya, a mediodía, Susana entraba a pasear por el jardín de su marido. 8 Los dos ancianos, que la veían entrar a pasear todos los días, empezaron a desearla. 9 Perdieron la cabeza dejando de mirar hacia el cielo y olvidando sus justos juicios. 15 Mientras estaban esperando la ocasión favorable, un día entró Susana en el jardín como los días precedentes, acompañada solamente de dos jóvenes doncellas, y como hacía calor quiso bañarse en el jardín. 16 No había allí nadie, excepto los dos ancianos que, escondidos, estaban al acecho. 17 Dijo ella a las doncellas: «Traedme aceite y perfume, y cerrad las puertas del jardín, para que pueda bañarme.» 19 En cuanto salieron las doncellas, los dos ancianos se levantaron, fueron corriendo donde ella, 20 y le dijeron: «Las puertas del jardín están cerradas y nadie nos ve. Nosotros te deseamos; consiente, pues, y entrégate a nosotros. 21 Si no, daremos testimonio contra ti diciendo que estaba contigo un joven y que por eso habías despachado a tus doncellas.» 22 Susana gimió: «¡Ay, qué aprieto me estrecha por todas partes! Si hago esto, es la muerte para mí; si no lo hago, no escaparé de vosotros. 23 Pero es mejor para mí caer en vuestras manos sin haberlo hecho que pecar delante del Señor.» 24 Y Susana se puso a gritar a grandes voces. Los dos ancianos gritaron también contra ella, 25 y uno de ellos corrió a abrir las puertas del jardín. 26 Al oír estos gritos en el jardín, los domésticos se precipitaron por la puerta lateral para ver qué ocurría, 27 y cuando los ancianos contaron su historia, los criados se sintieron muy confundidos, porque jamás se había dicho una cosa semejante de Susana. 28 A la mañana siguiente, cuando el pueblo se reunió en casa de Joaquín, su marido, llegaron allá los dos ancianos, llenos de pensamientos inicuos contra Susana para hacerla morir. 29 Y dijeron en presencia del pueblo: «Mandad a buscar a Susana, hija de Jilquías, la mujer de Joaquín.» Mandaron a buscarla, 30 y ella compareció acompañada de sus padres, de sus hijos y de todos sus parientes. 33 Todos los suyos lloraban, y también todos los que la veían. 34 Los dos ancianos, levantándose en medio del pueblo, pusieron sus manos sobre su cabeza. 35 Ella, llorando, levantó los ojos al cielo, porque su corazón tenía puesta su confianza en Dios. 36 Los ancianos dijeron: «Mientras nosotros nos paseábamos solos por el jardín, entró ésta con dos doncellas. Cerró las puertas y luego despachó a las doncellas. 37 Entonces se acercó a ella un joven que estaba escondido y se acostó con ella. 38 Nosotros, que estábamos en un rincón del jardín, al ver esta iniquidad, fuimos corriendo donde ellos. 39 Los sorprendimos juntos, pero a él no pudimos atraparle porque era más fuerte que nosotros, y abriendo la puerta se escapó. 40 Pero a ésta la agarramos y le preguntamos quién era aquel joven. 41 No quiso revelárnoslo. De todo esto nosotros somos testigos.» La asamblea les creyó como ancianos y jueces del pueblo que eran. Y la condenaron a muerte. 42 Entonces Susana gritó fuertemente: «Oh Dios eterno, que conoces los secretos, que todo lo conoces antes que suceda, 43 tú sabes que éstos han levantado contra mí falso testimonio. Y ahora voy a morir, sin haber hecho nada de lo que su maldad ha tramado contra mí.» 44 El Señor escuchó su voz 45 y, cuando era llevada a la muerte, suscitó el santo espíritu de un jovencito llamado Daniel, 46 que se puso a gritar: «¡Yo estoy limpio de la sangre de esta mujer!» 47 Todo el pueblo se volvió hacia él y dijo: «¿Qué significa eso que has dicho?» 48 El, de pie en medio de ellos, respondió: «¿Tan necios sois, hijos de Israel, para condenar sin investigación y sin evidencia a una hija de Israel? 49 ¡Volved al tribunal, porque es falso el testimonio que éstos han levantado contra ella!» 50 Todo el pueblo se apresuró a volver allá, y los ancianos dijeron a Daniel: «Ven a sentarte en medio de nosotros y dinos lo que piensas, ya que Dios te ha dado la dignidad de la ancianidad.» 51 Daniel les dijo entonces: «Separadlos lejos el uno del otro, y yo les interrogaré.» 52 Una vez separados, Daniel llamó a uno de ellos y le dijo: «Envejecido en la iniquidad, ahora han llegado al colmo los delitos de tu vida pasada, 53 dictador de sentencias injustas, que condenabas a los inocentes y absolvías a los culpables, siendo así que el Señor dice: “No matarás al inocente y al justo.” 54 Conque, si la viste, dinos bajo qué árbol los viste juntos.» Respondió él: «Bajo una acacia.» 55 «En verdad – dijo Daniel – contra tu propia cabeza has mentido, pues ya el ángel de Dios ha recibido de él la sentencia y viene a partirte por el medio.» 56 Retirado éste, mandó traer al otro y le dijo: «¡Raza de Canaán, que no de Judá; la hermosura te ha descarriado y el deseo ha pervertido tu corazón! 57 Así tratabais a las hijas de Israel, y ellas, por miedo, se entregaban a vosotros. Pero una hija de Judá no ha podido soportar vuestra iniquidad. 58 Ahora pues, dime: ¿Bajo qué árbol los sorprendiste juntos?» El respondió: «Bajo una encina.» 59 En verdad, dijo Daniel, tú también has mentido contra tu propia cabeza: ya está el ángel del Señor esperando, espada en mano, para partirte por el medio, a fin de acabar con vosotros.» 60 Entonces la asamblea entera clamó a grandes voces, bendiciendo a Dios que salva a los que esperan en él. 61 Luego se levantaron contra los dos ancianos, a quienes, por su propia boca, había convencido Daniel de falso testimonio 62 y, para cumplir la ley de Moisés, les aplicaron la misma pena que ellos habían querido infligir a su prójimo: les dieron muerte, y aquel día se salvó una sangre inocente.

 

Salmo 23, 1-6

1 Salmo. De David. Yahveh es mi pastor, nada me falta. 2 Por prados de fresca hierba me apacienta. Hacia las aguas de reposo me conduce, 3 y conforta mi alma; me guía por senderos de justicia, en gracia de su nombre. 4 Aunque pase por valle tenebroso, ningún mal temeré, porque tú vas conmigo; tu vara y tu cayado, ellos me sosiegan.

5 Tú preparas ante mí una mesa frente a mis adversarios; unges con óleo mi cabeza, rebosante está mi copa.

6 Sí, dicha y gracia me acompañarán todos los días de mi vida; mi morada será la casa de Yahveh a lo largo de los días.

 

Juan 8, 1-11

1 Mas Jesús se fue al monte de los Olivos. 2 Pero de madrugada se presentó otra vez en el Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y se puso a enseñarles. 3 Los escribas y fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio, la ponen en medio 4 y le dicen: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. 5 Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?» 6 Esto lo decían para tentarle, para tener de qué acuasarle. Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra. 7 Pero, como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra.» 8 E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra. 9 Ellos, al oír estas palabras, se iban retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos; y se quedó solo Jesús con la mujer, que seguía en medio. 10 Incorporándose Jesús le dijo: «Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?» 11 Ella respondió: «Nadie, Señor.» Jesús le dijo: «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más.»

 

II Reyes 4, 18b-21; 32-37

18 Creció el niño y un día se fue donde su padre junto a los segadores. 19 Dijo a su padre: «¡Mi cabeza, mi cabeza!» El padre dijo a un criado: «Llévaselo a su madre.» 20 Lo tomó y lo llevó a su madre. Estuvo sobre las rodillas de ella hasta el mediodía y murió. 21 Subió y le acostó sobre el lecho del hombre de Dios, cerró tras el niño y salió. 32 Llegó Eliseo a la casa; el niño muerto estaba acostado en su lecho. 33 Entró y cerró la puerta tras de ambos, y oró a Yahveh. 34 Subió luego y se acostó sobre el niño, y puso su boca sobre la boca de él, sus ojos sobre los ojos, sus manos sobre las manos, se recostó sobre él y la carne del niño entró en calor. 35 Se puso a caminar por la casa de un lado para otro, volvió a subir y a recostarse sobre él hasta siete veces y el niño estornudó y abrió sus ojos. 36 Llamó a Guejazí y le dijo: «Llama a la sunamita.» La llamó y ella llegó donde él. Dijo él: «Toma tu hijo.» 37 Entró ella y, cayendo a sus pies, se postró en tierra y salió llevándose a su hijo.

Salmo 17(16), 1; 6-7; 8b -15

1 Oración. De David. Escucha, Yahveh, la justicia, atiende a mi clamor, presta oído a mi plegaria, que no es de labios engañosos. 6 Yo te llamo, que tú, oh Dios, me respondes, tiende hacia mí tu oído, escucha mis palabras, 7 haz gala de tus gracias, tú que salvas a los que buscan a tu diestra refugio contra los que atacan. 8 escóndeme a la sombra de tus alas 9 de esos impíos que me acosan, enemigos ensañados que me cercan. 10 Están ellos cerrados en su grasa, hablan, la arrogancia en la boca. 11 Avanzan contra mí, ya me cercan, me clavan sus ojos para tirarme al suelo. 12 Son como el león ávido de presa, o el leoncillo agazapado en su guarida. 13 ¡Levántate, Yahveh, hazle frente, derríbale; libra con tu espada mi alma del impío, 14 de los mortales, con tu mano, Yahveh, de los mortales de este mundo, cuyo lote es la vida! ¡De tus reservas llénales el vientre, que sus hijos se sacien, y dejen las sobras para sus pequeños! 15 Mas yo, en la justicia, contemplaré tu rostro, al despertar me hartaré de tu imagen.

 

Juan 11, 1-45

1 Había un cierto enfermo, Lázaro, de Betania, pueblo de María y de su hermana Marta. 2 María era la que ungió al Señor con perfumes y le secó los pies con sus cabellos; su hermano Lázaro era el enfermo. 3 Las hermanas enviaron a decir a Jesús: «Señor, aquel a quien tú quieres, está enfermo.» 4 Al oírlo Jesús, dijo: «Esta enfermedad no es de muerte, es para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.» 5 Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. 6 Cuando se enteró de que estaba enfermo, permaneció dos días más en el lugar donde se encontraba. 7 Al cabo de ellos, dice a sus discípulos: «Volvamos de nuevo a Judea.» 8 Le dicen los discípulos: «Rabbí, con que hace poco los judíos querían apedrearte, ¿y vuelves allí?» 9 Jesús respondió: «¿No son doce las horas del día? Si uno anda de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; 10 pero si uno anda de noche, tropieza, porque no está la luz en él.» 11 Dijo esto y añadió: «Nuestro amigo Lázaro duerme; pero voy a despertarle.» 12 Le dijeron sus discípulos: «Señor, si duerme, se curará.» 13 Jesús lo había dicho de su muerte, pero ellos creyeron que hablaba del descanso del sueño. 14 Entonces Jesús les dijo abiertamente: «Lázaro ha muerto, 15 y me alegro por vosotros de no haber estado allí, para que creáis. Pero vayamos donde él.» 16 Entonces Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: «Vayamos también nosotros a morir con él.» 17 Cuando llegó Jesús, se encontró con que Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro. 18 Betania estaba cerca de Jerusalén como a unos quince estadios, 19 y muchos judíos habían venido a casa de Marta y María para consolarlas por su hermano. 20 Cuando Marta supo que había venido Jesús, le salió al encuentro, mientras María permanecía en casa. 21 Dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. 22 Pero aun ahora yo sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo concederá.» 23 Le dice Jesús: «Tu hermano resucitará.» 24 Le respondió Marta: «Ya sé que resucitará en la resurrección, el último día.» 25 Jesús le respondió: «Yo soy la resurrección El que cree en mí, aunque muera, vivirá; 26 y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?» 27 Le dice ella: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo.» 28 Dicho esto, fue a llamar a su hermana María y le dijo al oído: «El Maestro está ahí y te llama.» 29 Ella, en cuanto lo oyó, se levantó rapidamente, y se fue donde él. 30 Jesús todavía no había llegado al pueblo; sino que seguía en el lugar donde Marta lo había encontrado. 31 Los judíos que estaban con María en casa consolándola, al ver que se levantaba rápidamente y salía, la siguieron pensando que iba al sepulcro para llorar allí. 32 Cuando María llegó donde estaba Jesús, al verle, cayó a sus pies y le dijo: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.» 33 Viéndola llorar Jesús y que también lloraban los judíos que la acompañaban, se conmovió interiormente, se turbó 34 y dijo: «¿Dónde lo habéis puesto?» Le responden: «Señor, ven y lo verás.» 35 Jesús se echó a llorar. 36 Los judíos entonces decían: «Mirad cómo le quería.» 37 Pero algunos de ellos dijeron: «Este, que abrió los ojos del ciego, ¿no podía haber hecho que éste no muriera?» 38 Entonces Jesús se conmovió de nuevo en su interior y fue al sepulcro. Era una cueva, y tenía puesta encima una piedra. 39 Dice Jesús: «Quitad la piedra.» Le responde Marta, la hermana del muerto: «Señor, ya huele; es el cuarto día.» 40 Le dice Jesús: «¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?» 41 Quitaron, pues, la piedra. Entonces Jesús levantó los ojos a lo alto y dijo: «Padre, te doy gracias por haberme escuchado. 42 Ya sabía yo que tú siempre me escuchas; pero lo he dicho por estos que me rodean, para que crean que tú me has enviado.» 43 Dicho esto, gritó con fuerte voz: «¡Lázaro, sal fuera!» 44 Y salió el muerto, atado de pies y manos con vendas y envuelto el rostro en un sudario. Jesús les dice: «Desatadlo y dejadle andar.» 45 Muchos de los judíos que habían venido a casa de María, viendo lo que había hecho, creyeron en él.