“… y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran”. Mateo 13, 47-53
Nuestro Señor es la Verdad. En Él no caben ni el engaño ni la mentira. Tampoco puede ser injusto porque su Justicia, como todas sus Perfecciones divinas, es infinita. En el momento en el cual seremos juzgados, unos recibirán la vida eterna feliz, otros la infeliz.
Esta verdad explica el celo apostólico de tantos hombres y mujeres que lo dejaron todo y todo lo sufrieron por la salvación de sus hermanos. Imposible quedar indiferente ante las multitudes que viven al margen del bien y de espaldas a Dios.
La vida de los santos, ante todo la misma Palabra y mi vocación apostólica y contemplativa, me impulsan a vivir, amar, orar, actuar, sufrir, ofrecer y callar, con la gracia divina, en función de la salvación de mis hermanos.
“Dios mío, yo no puedo, Tú sí puedes, me abandono en Ti”. (A.E.C.)