Simeón y el Niño.
Imagen tomada de Internet.
“… y el Espíritu Santo moraba en Él.” Lucas 2, 22-40
Me acerco a la persona del sacerdote Simeón y me encanta lo que la Palabra del Señor dice de él: “Hombre justo y piadoso que esperaba la liberación de Israel.” Pero me detengo en su característica de ser morada del Espíritu Santo.
Yo también, con su gracia, quiero poner a su disposición todo mi ser para que mi Dios Uno y Trino me habite. Además, yo misma soy morada de Dios cuando recibo a Jesús Sacramentado. Vuelvo una y otra vez sobre la dignación de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, al venir a mi en la Sagrada Comunión. Por eso, a mi vez, cuando comulgo puedo cantar el Magníficat de mi Madre querida.
En fin, este anciano, morada de la Trinidad Santísima, profeta y pregonero de nuestro Redentor, me anima y alienta.
Madre, ayúdame a tomar conciencia de que soy feliz morada de Dios. (A.E.C.)