“Sed pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre Celestial es perfecto”. Mateo 5, 43-48
Esta recomendación de Nuestro Señor Jesucristo tiene un alcance insospechado ya que todo el obrar de Dios es infinitamente perfecto. Pero lo cierto es que allá tenemos que llegar todos.
Nuestro Maestro nos pone el ejemplo del sol y del agua que el Padre prodiga a quienes le ofenden con ingratitud y dureza de corazón. Es como si nos dijera que la perfección consiste en hacer el bien a los demás. Como por mí misma no puedo hacer nada bueno (Cfr. Romanos 7, 18) necesito pedir el auxilio divino para obrar según Dios; por tanto, debo mantener interiormente una actitud de pobre. El verdadero pobre reconoce que por él mismo nada puede, nada tiene, no puede atribuirse ninguna cosa buena, ninguna habilidad o mérito propio. La Palabra divina me recuerda: “¿qué tienes que no hayas recibido?” (Cfr. 1 Corintios 4, 7)
¡Amén! (A.E.C.)