Jesús y el paralítico.
Imagen tomada de Internet.
“¡Ánimo, hijo!, tus pecados están perdonados”. Mateo 9, 1-8
Hoy quiero escuchar muy en el fondo de mi alma esa Palabra salvífica de Jesús: ¡Ánimo! Y después, la certeza de su perdón. ¡Ánimo! Él sabe de nuestros desalientos y postraciones. ¡Ánimo! Cada mañana debo estrenar un corazón esperanzado.
No puedo, no podemos desconfiar de su Misericordia, tampoco abusar. Vino a salvarme, a salvarnos. Jesús me asegura su perdón, me alienta y consuela. No quiero herirlo con desconfianzas. Necesito y necesitamos este aliento divino. De nosotros podemos esperar lo peor. Hoy quiero recogerme y escuchar de su corazón esta palabra consoladora: “¡Ánimo!” El Señor no ha perdido su identidad de Redentor. Perdonó a Pedro y le devolvió su confianza, lo dejó como fundamento de su Iglesia.
Gracias Señor por invitarnos a reconocer nuestras faltas y a jamás desesperar de tu Misericordia y olvido divino y porque nos sigues prometiendo tu cielo. (A.E.C.)