“… así como el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar la vida por la redención de todos”. Mateo 20, 20-28
El primer nombre que recibimos fue el de Servidores de la Servidora del Trono de Dios; ¡Servidora del Altísimo y de sus amados a imitación de mi Maestro y de Nuestra Señora!
Quien sirve lo da todo: tiempo, trabajo, dedicación; además, no exige nada, se conforma con lo más indispensable. Yo tengo que mirarla a Ella ante el Trono de la Adorable Trinidad. Es la Hija del Padre, la Madre del Hijo y la Esposa del Espíritu Santo. Y sin embargo, se considera la humilde esclavita desde lo más íntimo de su ser. Está cimentada fortísimamente en la más absoluta humildad. Ella es mi Madre, Modelo, Maestra y Reina. Hoy la miro y le suplico me ayude, nos ayude a imitarla con sinceridad, suave tenacidad y mucho amor.
Mamacita, ¡estamos en tus Manos maternales! (A.E.C.)