“… Quitad eso de aquí y no queráis hacer de la casa de mi Padre una casa de tráfico”. Juan 2, 13-22
Hoy recibo para mí estas palabras de nuestro Señor Jesucristo. Soy casa de mi Dios Uno y Trino. Mis potencias y acciones deben revelarlo. Ellos me habitan, es decir, soy su morada, morada permanente. Pido al Señor la gracia de vivir con fe viva y despierta esta verdad sobrecogedora; no puedo sentirme sola, ni estar distraída. Debo ocuparme en adorarles, en amarles, en reparar el olvido y la frialdad de la mayoría de la humanidad y aún la mía. Si alguien me invita a su casa y no me saluda ni determina me sentiría muy mal. Si soy morada de Dios tiene que notarse y más aún, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, esperan mi adoración, amor, culto y alabanza. Y yo debo sentirme feliz con Ellos; esta realidad es un anticipo de cielo.
Gloria al Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo… (A.E.C.)