Pesebre, Templo del Ave María.
Foto: Archivo.
“Sale un héroe de su descendencia, domina sobre pueblos numerosos, se alza su rey por encima…” Números 24, 2-7; 15-17a
En la noche tenebrosa del pecado de la humanidad, de las pasiones que dominan a muchos, del caos de los valores más sagrados, se levanta Dios Niño. Desde su cuna, hecha para alimento de animales, desde la cueva, refugio para los mismos, aparece con aspecto de niño indefenso, el Hijo Unigénito del Padre, Nuestro Rey Soberano, Señor de cuánto existe, nuestro Salvador. ¡Él viene, viene con Poder y Majestad en ropaje de fragilidad! Todo lo sabe y pareciera que todo lo ignorase, todo lo puede y necesita cuidados de madre solícita, carece de lo más elemental y es el Dueño de todo. Lo recibo en lo más secreto de mi alma y quiero imitarle en su pequeñez y anonadamiento.
Dios mío, yo no puedo, Tú si puedes, me abandono en Ti.
Madre, tenme junto a Ti. (A.E.C.)