“… Llamando Jesús a sus discípulos, les dijo: tengo compasión de esta gente…” Marcos 8, 1-10
Me detengo no solamente en la compasión que sintió Jesús hacia la multitud que le seguía desde hacía tres días, sino en quienes se llaman cristianos pero mueren de hambre en su alma. Mueren porque si bien son bautizados, jamás se alimentan con su Cuerpo y con su Sangre. Ignoran la paz, el gozo y la fortaleza que tendrían si recibieran con las debidas disposiciones este divino alimento pero la mayor parte no se incomoda por recibir a su Salvador. Creen que pueden vivir hambrientos en su alma y sin ningún contacto con Aquél que los haría plenamente felices; ¡si supieran lo que se pierden¡ Muchísimos no frecuentan el Sacramento de la Reconciliación y prefieren privarse de la dicha inigualable de vivir en estado de gracia y en estrecha relación con Jesús y de poderlo recibir en la Sagrada Eucaristía.
Piedad Señor, piedad. (A.E.C)