“!Oh siervo malvado! Yo te perdoné toda la deuda porque me lo suplicaste; ¿no era pues justo que tu también tuvieses compasión de tu compañero como yo la tuve de ti?” Mateo 18, 21-35
Esta misma exigencia de nuestra fe está en la plegaria que nos enseñó nuestro Único Maestro: “Padre…, perdónanos así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden…” De ahí, que tácitamente le decimos al Padre: no nos perdones si nosotros no perdonamos. ¿Y… qué haríamos sin el perdón de nuestros Dios?
La Palabra Divina me enseña que “todos hemos pecado y estamos privados de la Gloria de Dios” (Cfr. Rom. 3, 23) Por gracia, he amado la verdad, luego reconozco que he ofendido mi Dios y necesito su perdón; yo misma debo perdonar con su gracia poderosa y a imitación suya si es que quiero ser perdonada. El perdón libera interiormente y permite restablecer la unidad que pide Nuestro Señor.
¡Amén! (A.E.C.)