“¡Señor, sálvanos que perecemos!” Mateo 8, 23-27
He visto a discípulos de Jesús temer ante las olas de la vida. Me consta como el viento del mundo, de su ego y las pasiones han amenazado con hundirlos y hacerlos perecer. Pero también he escuchado sus gritos de angustia: ¡Señor, sálvanos que perecemos! Y su oración ha sido escuchada. Los he visto sonreír de nuevo, confiar y querer descansar junto a Él. Y alguno, al caer por el poder del Espíritu Divino ha exclamado sereno y lleno de paz; “¡Quiero quedarme aquí!” Es decir: bajo el influjo divino en la presencia del Señor, en oración, el perdón y la unidad.
Me consta cómo el fatigado vuelve a sonreír bajo el Manto blanquísimo de la Madre. A Ella la veo allí, esperándonos a todos, invitándonos a orar en el amor, el silencio de las pasiones desordenadas, la aceptación de la Cruz de cada día y el ofrecimiento de todo lo que nos cuesta para que otros vivan.
¡Amén! (A.E.C.)