Madre Judith López Aristizábal.
Foto: Archivo.
“Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad”. II Corintios 12, 1-10
Hoy de un modo particular confieso que no hay gloria más grande que la de saberme infinitamente amada por este Único Dios verdadero que Jesucristo me ha mostrado.
El Padre, con el Hijo y el Espíritu, siendo Uno solo, me concede todo lo que necesito para ser feliz… No tengo nada de qué preocuparme, aunque de momento no comprenda muchas cosas. Su Amor me basta, me sostiene, me salva del sinsentido.
Reconozco que soy muchísimo más débil de lo que yo misma pienso y por eso Él, en su sabia pedagogía, ya me ha permitido experimentar grandes miserias que me han llevado a contemplar su misericordia y que, como me lo decía hace poco la Madre Judith, se han de convertir en trampolines que me enamoran cada vez más de Él.
A medida que van pasando tantas cosas en la vida, voy comprendiendo cada vez más lo que dice San Pablo: “La fuerza se realiza en la debilidad. Por eso, muy a gusto presumo de mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de Cristo”. Y es que la fuerza que experimento en mi interior no es mía sino de Él y es así como un día espero entrar en el cielo también, no por mis fuerzas sino por la fuerza de su Amor que me lleva.
Mamá, tú conoces muy bien cómo la Madre Judith ha sido pieza clave en ayudarme a amar y aceptar mis debilidades para ponerlas en manos de tu Divino Hijo Jesús, recompénsale en el cielo sus cuidados, su cariño, sus palabras, sus consejos y sobretodo su comprensión de Madre Misericordiosa. Permítenos seguirla escuchando en el corazón y encontrarla en ese cielo que llevamos dentro, para seguir cantando eternamente juntas las misericordias del Señor. (V.A.S.)
“Yo sé de un cristiano que fue arrebatado hasta el tercer cielo… y oyó palabras cercanas que un hombre no es capaz de repetir”. II Corintios 12, 1-10
Imposible no pensar en la Madre Judith. Ella muy seguramente, en los días agudos de su enfermedad, fue arrebatada al cielo del que habla hoy San Pablo y experimentando lo que: “ni el oído oyó, ni ojo vió, ni vino a la mente de hombre lo que Dios ha preparado para los que le aman”, no quiso regresar; habiendo probado las delicias del paraíso prefirió partir y se dejó arrebatar por la voz del Esposo que la llamaba junto a Sí. ¡Qué gozo para ella haber tenido esta experiencia…!
Yo nunca he subido al paraíso ni en el cuerpo, ni mucho menos fuera de él, pero no puedo negar que no pocas veces el Señor me atrae hacia los gozos espirituales buscando seducir mi alma y adherirla fuertemente a Él. Al mismo tiempo experimento la inclinación de mi mortalidad que me hala hacia lo terrenal y siento la pugna dentro de mí entre el espíritu y la carne, entre lo celestial lo terreno, entre la gracia y el pecado, entre lo bueno y lo malo.
Si embargo, lejos de desanimarme con estas realidades, Dios me anima y me muestra que su gracia, como al apóstol, también ha de bastarme. Me pide eso sí, luchar por tener mis ojos fijos en Él y no perder de vista que tengo el ejemplo de un alma que después de pelear muchas batallas, ganó la guerra y ahora en el cielo disfruta del banquete celestial.
Gracias Señor por permitirnos experimentar tu fuerza y tu gracia en nuestra debilidad. Gracias por la vida de la Madre Judith, por habernos permitido tenerla entre nosotros bebiendo de su ejemplo y testimonio de vida. Recompénsale eternamente la maternidad dulce y diligente que ejerció con nosotras. Amén. (M.A.E.)