Novena al Espíritu Santo

 

El amor es fuego que inflama

Ordenó DIOS en la antigua ley que en su altar ardiera continuamente el fuego. San Gregorio dice que los altares de DIOS son nuestros corazones, donde Él quiere que siempre arda el fuego de su amor divino y por esto el Eterno Padre, no contento con habernos dado a Jesucristo, su Hijo, a fin de salvarnos por su muerte, quiere darnos ahora el Espíritu Santo para que habite en nuestros corazones y tengamos continuamente acceso a su amor.

Jesús mismo dijo que había venido a la tierra para inflamar nuestros corazones con este santo fuego y que no deseaba otra cosa que verlo ardiendo: “¡Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, y como desearía que ya estuviera ardiendo!” (Lc. 12, 49), y por eso, olvidándose de las injurias e ingratitudes de los hombres, recibidas en esta tierra, una vez que subió al cielo nos envió al Espíritu Santo.

¡Oh, Redentor amantísimo que tanto en tus penas y humillaciones, como en tu gloria, siempre nos amas!

Por eso el Espíritu Santo quiere aparecer en el cenáculo en forma de lenguas de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos (Cfr. Hch. 2, 3). Por eso la Santa Iglesia nos hace pedir: “Te suplicamos Señor que nos inflames en aquel fuego que nuestro Señor Jesucristo envió a la tierra y que Él deseó ardientemente ver encendido”.

Este pues, ha sido aquel Santo Fuego que ha movido a los santos a hacer grandes cosas por DIOS, a amar a los enemigos, a desear los desprecios, a despojarse de todos los bienes terrenos y a abrazarse con alegría aún a los tormentos y a la muerte. El amor nunca sabe estar ocioso y nunca dice basta.

Este santo fuego se enciende en la oración: “¡El corazón me ardía en el pecho y a fuerza de pensar, el fuego se inflamaba, hasta que al fin tuve que hablar!” (Sal. 39,4). Un corazón que ama a DIOS, cuanto más hace por el amado, más desea hacerlo para darle gusto y ganarse más su amor.

Si deseamos, pues, arder en amor a DIOS, amemos la oración; este es el horno feliz donde se enciende este divino ardor.

 

ORACIÓN

DIOS mío, hasta ahora nada he hecho por Ti y tú has hecho tanto por mí. ¡Mi tibieza, mucho te incita a vomitarme!

Espíritu Santo, calienta lo que esta frío; líbrame de mi tibieza y enciende en mí un gran deseo de agradarte. Desde ahora renuncio a todos mis gustos y prefiero la muerte a causarte el más mínimo disgusto.

Ya que apareciste en formas de lenguas de fuego, yo te consagro mi lengua, para que no te ofenda más.

¡Tú me la diste para alabarte y yo solo me he servido de ella para ultrajarte y aún mover a otros a ofenderte! Me pesa con todo mi corazón haberlo hecho.

Por el amor de Jesucristo que en su vida tanto te honró con su lengua, haz que también yo desde este momento te honre siempre recitando tus alabanzas, invocándote con frecuencia para que vengas en mi ayuda y hable de tu bondad y el amor infinito que Tú mereces. Te amo, mi supremo bien; te amo, DIOS de amor.

María, tú eres la esposa más querida del Espíritu Santo: pídele para mí este santo fuego. Amén.

El amor que es una luz que ilumina

Uno de los mayores daños que nos ocasionó el pecado de Adán, fue el dejar oscurecida la razón por las pasiones que ofuscan la mente. ¡Pobre el corazón que se deja dominar por cualquier pasión!

La pasión es una nube, un velo que no nos deja ver más la verdad. Y ¿cómo puede huir del mal el que no conoce que es el mal? Por eso esta oscuridad va creciendo a medida que van creciendo también nuestros pecados. Pero el Espíritu Santo que se llama luz beatífica, es el único que no solo enciende nuestros corazones en el amor, sino que también disipa las tinieblas y nos hace conocer el valor de los bienes eternos, la importancia de la salvación, el precio de la gracia, la bondad de DIOS, el amor infinito que El merece y el amor inmenso que Él nos tiene.

“El hombre carnal no valora lo que viene del espíritu de DIOS” (cor. 2.14); el hombre embarrado en los placeres del mundo conoce poco de esta verdad y por eso, insensato, ama lo que desearía odiar y odia lo que desearía amar.

Santa María Magdalena de Pazzis exclamaba: “¡Oh amor no conocido, oh amor no amado!” Por eso dice Santa Teresa que DIOS no es amado por que no es conocido.

También por eso los santos pedían siempre a DIOS, luz: “Envíame tu luz” (sal. 43.3), “Ilumina mis tinieblas” (sal. 18.29), “abre mis ojos“ (sal. 119.18). Sí, porque sin luz no podemos evitar los precipicios, ni podemos encontrar a DIOS.

 

ORACIÓN

 ¡Santo y divino Espíritu! Creo que eres verdadero DIOS, pero un solo DIOS con el Padre y con el Hijo. Te adoro y reconozco como dador de todas las luces, con las que me has hecho conocer el mal que he cometido al ofenderte y la obligación que tengo de amarte; Te lo agradezco y me arrepiento de haberte ofendido; merecería que me abandonaras en mis tinieblas, pero veo que aún no me has abandonado. ¡Continúa Espíritu Eterno, iluminándome! Hazme conocer siempre tu infinita bondad y dame la fuerza para que de ahora en adelante pueda amarle con todo el corazón; añade gracia tras gracia para que quede dulcemente preso e impulsado a no amar a otra cosa sino a ti, te lo pido por los méritos de Jesucristo. ¡Te amo, más que a mí mismo! Quiero ser todo tuyo: acéptame y no permitas que me separe de Ti.

María, madre mía, asísteme con tu intercesión. María, madre mía, asísteme con tu intercesión. Amén.

El amor es agua que sacia

El amor se llama también fuente viva. Dijo nuestro Redentor a la samaritana: “Quien beba del agua que yo le daré, nunca tendrá sed” (Jn. 4,13)

El amor es agua que sacia. El que ama a DIOS con todo el corazón ya nada mas quiere, porque en DIOS encuentra todo bien y así, contento con DIOS, va repitiendo feliz: “¡mi DIOS y mi todo!” “¡DIOS mío! tu eres mi bien”.

Por eso se queja DIOS de tantos corazones que van mendigando miserias y gustos pasajeros a las criaturas y le dejan a Él que es el bien infinito y fuente de toda alegría: “… Me abandonaron a mí, la fuente de agua viva, para cavarse cisternas, cisternas agrietadas, que no retienen el agua” (Jer. 2,13).

Por eso, DIOS, que nos ama y quiere que seamos felices, grita a todos y nos hace saber: “… El que tenga sed, venga a mí” (Jn. 7,37). “Quien quiera ser feliz que venga a mí y yo le daré el Espíritu Santo que lo hará feliz en esta vida y en la otra”. “El que cree en mí, como dice la escritura, de su seno brotarán manantiales de agua viva” (Jn. 7,38). Según esto, el que cree en Jesucristo y lo ama será enriquecido con tantas gracias que de su corazón, -es decir de su voluntad, de lo más hondo del alma- brotarán tantas fuentes de virtudes, que no solo bastarán para conservar la propia vida, sino también para dar la vida a otros.

Y dijo Jesús que esta agua era el Espíritu Santo, el amor sustancial que Jesús prometió enviar desde el cielo después de su ascensión: “El se refería al Espíritu que debían recibir los que creyeran en El; porque el Espíritu no había sido dado todavía, ya que Jesús aún no había sido glorificado” (Jn. 7,39). La llave para abrir el canal de esta fuente es la oración, que nos obtiene todos los bienes en virtud de la promesa: “…Pidan y recibirán.” (Jn. 16,24). Somos ciegos, pobres y débiles, pero la oración nos obtiene la luz, la fortaleza y la riqueza de la gracia. Decía Teodoreto: “Una es la oración, pero lo puede todo”, el que ora recibe todo lo que desea. DIOS quiere darnos su gracia, pero quiere que se la pidamos.

 

ORACIÓN

Señor, “dame de esa agua” (Jn. 4,15). Jesús mío, te suplico con la samaritana, dame el agua de tu amor, que me haga vivir solo para ti, amabilidad infinita.

Riega lo que está seco. Mi corazón es tierra seca que no produce sino abrojos y espinas: inúndalo de tu gracia para que produzca algún fruto para tu gloria, antes que la muerte me aparte de este mundo. ¡Oh fuente de agua viva! ¡Oh sumo bien!, ¡Cuantas veces te he dejado por el barro de este mundo, que me ha privado de tu amor! ¡Porque morir antes que ofenderte! ¡Pero en adelante no quiero buscarte si no a ti, DIOS mío! ayúdame y haz que sea feliz.

María, esperanza mía, cobíjame bajo tu manto. Amén.

El amor es rocío que fecunda

Así nos lo hace rezar la Santa Iglesia: que la efusión del Espíritu Santo purifique nuestros corazones y los fecunde con la íntima aspersión de su rocío. El amor fecunda los buenos deseos, los santos propósitos y las obras santas el corazón: estas son las flores y los frutos que produce la gracia del Espíritu Santo.

El amor se llama también rocío que suaviza los ardores de los malos deseos y de las tentaciones. Por eso llamamos también al Espíritu Santo sombra y frescura en el calor, “en el ardor templanza y dulce frescura”.

Este rocío desciende a nuestro corazón cuando oramos. Basta un cuarto de hora de oración para serenar todas las pasiones del odio y del amor desordenado, por ardientes que sean. “El me hizo entrar en la bodega y enarboló sobre mí la insignia del amor” (Cant. 2,4). La santa meditación es precisamente esta bodega donde se ordena el amor, amando al prójimo como a nosotros mismos y a DIOS sobre todas las cosas.

Quien ama a DIOS, ama la oración, y quien no ama la oración es imposible moralmente que supere sus pasiones.

 

ORACIÓN

Santo y Divino Espíritu, ya no quiero vivir más para mi mismo; los días que me quedan de vida quiero gastarlos en amarte y complacerte. Por eso te suplico que me concedas el don de la oración. Ven a mi corazón y enséñame a hacerla como se debe. Dame la fuerza para no dejarla por aburrimiento en tiempo de aridez y dame el espíritu de oración es decir, la gracia de estar siempre rogándote y dirigiéndote aquellas oraciones que más gratas sean a tu corazón.

Me había perdido por mis pecados, pero veo que tú, con tantas delicadezas que has tenido conmigo, me quieres salvo y santo; quiero hacerme santo para agradarte y para amar más tu infinita bondad. Te amo mi supremo bien, mi amor, mi todo y porque te amo me entrego todo a ti.

María, esperanza mía protégeme. Amén.

El amor es reposo que recrea

El amor se llama también descanso en el trabajo, serenidad en el llanto. El amor es descanso que recrea, porque el oficio principal del amor es unir; voluntad del que ama con la voluntad del amado, así un corazón que ama a DIOS en todas las humillaciones que recibe, en todos los dolores que padece, en todas las pérdidas que tenga, basta para serenarlo el saber que es voluntad del amado que padezca esta pena.

Con decir solamente: “Esto lo quiere mi DIOS”, en todas las angustias encuentra paz y alegría, y esta es aquella paz que supera todo placer de los sentidos. “La paz de DIOS, que supera todo lo que podemos pensar” (Flp. 4,7), Santa María Magdalena de Pazzis solo con decir: “Voluntad de DIOS, se sentía llena de alegría”.

En esta vida cada uno lleva su propia cruz, pero dice Santa Teresa que la cruz es dura solo para quien la arrastra, mas no para quien la abraza. De este modo el señor sabe muy bien herir y sanar: “El hiere, pero venda la herida”, como dice Job (Jb.5, 18). El Espíritu Santo con su dulce unción hace dulces y amables hasta las humillaciones y tormentos. Si, padre, porque así lo has querido, (Mt. 11,26), es lo que debemos repetir en todas la adversidades que nos sucedan: “Que así sea, porque así te ha parecido bien” y cuando nos asuste el temor de algún mal temporal que pueda sucedernos, digamos siempre: “Haz, Señor, lo que quieras, todo lo acepto desde ahora”; y aún es muy útil que a lo largo del día repitamos este ofrecimiento a DIOS como lo hacía Santa Teresa.

 

ORACIÓN 

¡DIOS mío, cuantas veces por hacer mi voluntad me he opuesto a la tuya, y la he despreciado! Me duele esta maldad más que cualquier otra. Señor, de ahora en adelante quiero amarte con todo mi corazón: “Habla, señor, que tu siervo escucha” (1 Sam. 13,9-10) dime qué quieres de mi, ya que todo quiero hacerlo. Tu voluntad será siempre mi único deseo, mi único amor.

Espíritu Santo, ayuda tú mi debilidad. Tu eres la misma bondad, ¿Cómo puedo yo amar otra cosa sino a ti?

¡Oh DIOS! Atrae hacia ti todo mi amor, con la dulzura de tu santo amor. Todo lo dejo para entregarme totalmente a ti. Acéptame y socórreme.

María, madre mía, en ti confió. Amén.

El amor es la virtud que da fuerza

“El amor es fuerte como la muerte…” (Cant. 8,6). Así como no hay cosa creada que pueda resistir a la muerte, para el corazón que ama no hay dificultad que se resista ante el amor. Cuando se trata de complacer a quien uno ama, el amor lo supera todo: pérdidas, desprecios y dolores: “Nada es tan duro que el fuego del amor no lo ablande”, decía San Agustín.

Esta es la señal más segura para saber si uno ama realmente a DIOS: si es fiel el amor tanto en la prosperidad como en la adversidad. Decía San Francisco de Sales que: “DIOS es tan amable cuando nos consuela, como cuando nos reprende, porque todo lo hace con amor”.

Cuanto más nos reprende en esta vida, mas nos ama, San Juan Crisóstomo consideraba más feliz a San Pablo encadenado, que a San Pablo arrebatado al tercer cielo. Por esto los santos mártires se alegraban y daban gracias al Señor, porque les concedía la inmensa gracia de sufrir por su amor. Y los otros santos se mortificaban con sus penitencias para dar gusto a DIOS. Dice San Agustín que “quien ama no sufre y si sufre, el mismo sufrir lo ama”.

 

ORACIÓN

Oh DIOS de mi corazón, yo digo que te amo; pero ¿Qué puedo hacer por tu amor? Nada; señal de que no te amo o te amo muy poco. Jesús mío, envíame entonces al Espíritu Santo, que venga a darme la fuerza para sufrir por tu amor y hacer cualquier cosa por ti antes que me llegue la muerte. No permitas que muera, amado mío, Redentor, tan frío e ingrato como he sido hasta ahora.

Concédeme la fuerza de amar los sufrimientos después de haber tantas veces merecido el infierno por mis pecados.

DIOS mío, todo bondad y todo amor, tu deseas habitar en mi corazón, del cual tantas veces yo te he arrojado; ven, habítame, poséelo y hazlo tuyo. Te amo, mi Señor y si te amo ya estás en mí, como me lo asegura San Juan: “… El que permanece en el amor, permanece en DIOS, y DIOS permanece en el” (Jn. 1,4-16). Y ya que estas en mi, acrecienta el fuego, estrecha las cadenas para que no busque ni ame otra cosa sino a Ti, y así, unido a Ti, no quiera separarme de tu amor. Quiero ser tuyo, Jesús mío, todo tuyo.

María, reina y abogada mía, alcánzame el amor y la perseverancia. Amén.

El amor hace que DIOS habite en nuestro corazón

El Espíritu Santo se llama “dulce huésped del alma”. Esta es la gran promesa que Jesucristo hizo a quien le ame, cuando dijo: “Yo rogaré al Padre, y El les dará otro paráclito para que este siempre con ustedes” (Jn. 14,16). Porque el Espíritu Santo jamás abandona a un alma, a menos que el alma lo rechace: no abandona, si no es abandonado.

DIOS habita, pues, en un corazón que le ama; pero no está contento si no lo amamos con todo nuestro corazón. San Agustín dice que el senado romano no quería admitir a Jesucristo en el número de sus dioses, porque era un DIOS soberbio que quería ser exclusivo y que se le adorara solo a él. Y así es: DIOS no quiere rivales en el corazón que ama; quiere estar El y solo El ser amado. Y cuando no se ve amado con esta exclusividad, envidia por así decirlo, según escribe San Jerónimo, a las criaturas, que tienen parte en este corazón que El quiere solo para sí; no piensen que la escritura afirma en vano: “el alma que DIOS puso en nosotros, está llena de deseos envidiosos.” (Santa. 4,5). En resumen, como dice San Jerónimo: “Jesús es un DIOS celoso”.

Por eso el esposo celestial alaba el corazón que, como una tórtola, vive solo y se mantiene oculto en el mundo. Porque no quiere que el mundo tenga su parte en un amor que quiere solo para Sí. Por eso alaba a su esposa llamándola jardín cerrado: “jardín cerrado eres, esposa mía.” (Cant. 4,12), porque has de ser jardín cerrado para todos los amores de la tierra.

¿Acaso no se merece Jesucristo todo nuestro amor? Todo entero El se entregó, nada se reservó para sí, nos dice San Juan Crisóstomo. El te ha dado su sangre y su vida, nada le queda para darte.

 

ORACIÓN

Comprendo, DIOS mío, que me quieres todo para ti; yo tantas veces te he arrojado de mi corazón y tú no has rechazado volver a unirte conmigo, toma ahora posesión de todo mi ser, hoy me entrego ti. Acéptame y no permitas que en adelante viva por un momento sin tu amor; tú me buscas a mí y yo te busco solo a ti; tu deseas mi corazón y mi corazón te desea solo a ti; tú me amas y yo te amo; y si me amas, úneme a ti para que nunca me aparte de ti. Reina del cielo, a ti me entrego. Amén.

El amor es lazo que une

Así como el Espíritu Santo es el amor increado, es el lazo indisoluble que une al Padre con el Verbo eterno, así también El une nuestro corazón con DIOS. “La caridad es una virtud que nos une con DIOS”, dice San Agustín. Por eso, lleno de alegría, exclamaba san Lorenzo Justiniano: “¡Oh amor! ¡Cuanta fuerza tiene tu lazo que ha podido atar a un DIOS y unirlo a nuestro corazón!”.

Los lazos del mundo son lazos de muerte, en cambio los lazos de DIOS son lazos de vida y salvación: “sus cadenas serán para ti, vestidos de salvación…” (Ecli. 6,30-31); porque los lazos de DIOS son los únicos que por medio del amor, nos unen con DIOS que es nuestra verdadera y única vida.

Antes de venir Jesucristo, los hombres huían de DIOS, y apegados a la tierra, rehusaban unirse a su creador; pero nuestro amante señor los atrajo hacia si con lazos de amor como prometió por el profeta Oseas: “Yo los atraía con lazos humanos, con ataduras de amor.” (Oseas. 11,4).

Estos lazos son los beneficios, las luces, las llamadas a su amor, la promesa del paraíso, y por encima de todo, el don que nos ha hecho de Jesucristo en el sacrificio de la cruz y en el sacramento de la Eucaristía, y por último el habernos dado el Espíritu Santo. Por eso exclamaba el profeta: “desata las ataduras de tu cuello, hija de Sión cautiva” (Is. 52,2)

¡Oh alma, tú que has sido creada para el cielo, rompe los lazos de este mundo, abrázate a DIOS con los lazos del amor! “Revístanse del amor, que es el vinculo de la perfección” (Col. 3,14). El amor es un vínculo que reúne todas las virtudes y hace perfecto el corazón. “ama y haz lo que quieras”, decía San Agustín: ama a DIOS y haz lo que quieras. Sí, porque el que ama a DIOS, procura evitar los menores disgustos del amado y busca en todas las cosas complacer a su amado.

 

ORACIÓN

 Mi amado Jesucristo, mucho me has obligado a amarte; mucho te ha costado mi amor; ingrato seria yo si te amase poco o dividiese mi corazón entre tú y las criaturas, después que diste tu sangre y tu vida. Quiero desprenderme de todo y poner solo en ti mis afectos. Pero soy débil para realizar este deseo mío. Tú que me lo has dado, dame la fuerza para realizarlo. Hiere, amado Jesús, mi pobre corazón, con el dulce dardo de tu amor, para que siempre desfallezca de amor para ti y me consuma tu amor. A ti solo busque, a ti solo ansíe, a ti siempre vuelva. Jesús, a ti solo quiero y nada más. Haz que en toda mi vida y especialmente en el momento de mi muerte, repita siempre: a ti solo quiero y nada más. María, madre mía, haz que de ahora en adelante no ame sino a DIOS. Amén.

El amor es el tesoro de todos los bienes

El amor es el tesoro del cual dice el evangelio que hay que venderlo todo para comprarlo, y es así, porque el amor nos hace partícipes de la amistad de DIOS. “Porque es un tesoro inagotable, los que lo adquieren se ganan la amistad de DIOS” (Sab. 7,14), dice San Agustín: ¡Oh hombre! ¿Vas buscando bienes? Busca un solo bien en el cual están contenidos todos los bienes, pero no podemos hallar a DIOS  sin renunciar a las cosas de la tierra.

Escribe Santa Teresa: “desprende tu corazón de todas las cosas y hallarás a DIOS”; quien halla a DIOS tiene cuanto desea: “que el Señor sea tu único deleite. Y Él colmará los deseos de tu corazón” (Salm. 37,4); el corazón humano va buscando siempre bienes que puedan hacerlo feliz; pero si los busca en las criaturas, por grandes que sean, nunca quedará satisfecho; en cambio, cuando solo ama a DIOS, el Señor colmara todos sus deseos. ¿Quiénes son los hombres más felices en esta tierra, sino los santos? ¿Por qué?, porque ellos solo quieren y buscan a DIOS.

Un príncipe que iba de cacería, vio a un solitario que andaba corriendo por la selva y le pregunto: “¿Qué haces en este desierto?” y él respondió: “¿y, tu príncipe, que buscas?”, el príncipe contesto: “voy en busca de animales”, y el ermitaño le dijo: “yo estoy tratando de encontrar a DIOS”.

A San Clemente, el tirano le ofreció oro y joyas para que renunciara a Jesucristo; el santo suspirando, exclamo: “¡ay de mi! ¡Un DIOS comparado con un poco de lodo! ¡Feliz el que sabe conocer este tesoro del divino amor y busca obtenerlo! El que lo consigue se despoja de todo, para no tener otro tesoro sino DIOS”.

Cuando la casa se quema, dice San Francisco de Sales, se echan todos los muebles  por la ventana y el padre Pablo Segneri, el joven, gran servidor de DIOS, solía decir que el amor es un ladrón que nos despoja de todos los gustos humanos, hasta que podemos decir: ¿y qué otra cosa puedo desear más que a ti, mi Señor?

 

ORACIÓN

DIOS mío, en el pasado no te he buscado a ti, sino a mí mismo y a mis propios gustos, por eso te he dado la espalda a ti, sumo bien. Pero me consuelo con lo que dice Jeremías: “el señor es bueno con el corazón que lo busca” (Lam. 3,25).

 Amado señor mío, reconozco el mal que te he hecho al dejarte y me arrepiento de todo corazón. Reconozco que eres un tesoro infinito; no quiero abusar de esta luz; todo lo dejo y te elijo a ti por mi único amor. DIOS mío, mi amor, mi todo, yo te amo, te deseo, te ansío.

¡Espíritu Santo ven! Con tu fuego santo destruye todo lo que no sea para ti. Haz que yo sea todo tuyo y todo lo venza con tal de agradarte.

¡Oh abogada y madre mía, María, ayúdame con tu oración! Amén.