“Han oído que se dijo: “ojo por ojo, diente por diente.” Pero yo les digo: no hagan frente al que los agravia. ” Mateo 5, 38-42
Es el momento de tomar en serio y de vivir conforme a la Palabra de Dios. Nuestro Señor no nos habló en broma del perdón. Su enseñanza en este sentido es contundente, clara, no deja lugar a ninguna duda. No puedo seleccionar la clase de agravios. Si quiero ser perdonada, yo debo perdonar. Así nos lo enseñó nuestro único Maestro en la oración del Padre nuestro, en sus parábolas y con su misma vida. Murió pidiendo perdón para quienes lo estaban martirizando y le dió la máxima autoridad en su Iglesia al Apóstol cobarde que lo había negado. Y al compañero del Calvario que era un verdadero malhechor, lo canonizó antes de morir por el acto de fe que este le expresó. Le pidió que no lo olvidara en su Reino y le dió la felicidad eterna.
Madre, presenta al Señor, mi súplica: perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a quienes nos ofenden. (A.E.C.)