“Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre, venga a nosotros tu Reino…” Mateo 6, 7-15
Mentalmente me traslado a los Andes escarpados del Perú. Allí veo y escucho a un pequeño pastorcito pobre en su aspecto pero rico de luz divina en su alma limpia que le permitía ver a Dios y gritarle con todas sus fuerzas: ¡Padre!… y el eco repetía muy prolongadamente: ¡Padre! … y de nuevo el niño gritaba: ¡Padre!. Esta Palabra salía más del corazón que de la garganta del niño. Y lo hacía estremecido de amor divino y de confianza en el Padre del Cielo. Esta sencilla anécdota en este majestuoso escenario peruano me refresca el alma, en momentos en los que públicamente he visto y oído negar la existencia del Dios de la Vida y de la Creación entera. Hoy quiero que en toda mi Nación resuene: Creo en Dios, espero en Dios, le amo con todas mis fuerzas y por los que lo niegan e injurian.
Madre, ora por todos los pobres huérfanos blasfemos que proclaman su terrible ateísmo. (A.E.C.)