“Aquí esta la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra” Lucas 1, 26-38
Quiero hoy, con sumo respeto y admiración, bajo la acción del Espíritu Santo, mirar dentro del alma de mi Madre querida, sorprenderla en el momento del anuncio del ángel, callar ante lo que está por suceder ante su aceptación, adorar el designio divino de nuestra salvación, pero detenerme en lo que siente esta Virgencita Nazarena, mi Reina, Señora, Inspiradora y Fundadora. Todo su ser interior está en Dios. Nunca sale de Él. En Él encuentra, su delicia, su felicidad, su paz, la armonía plena de su existencia, su amor, su admiración permanente y su consuelo. Está con su Dios, es suya y en Él se sumergen todas sus potencias, operaciones, actitudes, sentimientos e intenciones. Toda Ella es oración, trato íntimo y silencioso con el Amado. El ángel llega al santuario de su simple y pobre habitación. La saluda, le asegura la perenne permanencia del Señor con Ella y ante su humilde turbación le ratifica la predilección de que es objeto y su elección para ser la Madre Virgen del Salvador por el poder sin limites de Dios. Y Ella, la muchachita nazarena, la que siempre tuvo Dueño y Señor amadísimo, se rinde sin condiciones, acepta en fe y se entrega toda Ella a ser invadida, aún corporalmente, por el Hijo del Altísimo que en su ser Inmaculado toma naturaleza humana bajo la acción divina. Hoy tengo que adorar este Misterio, mirarla muchísimo, entrar en su morada interior, callar ante ruidos que me dispersan, pedirle que interceda para que mi vida se impregne de la suya y me disponga y acepte lo que el Señor quiere de mí.
Madre y Reina nuestra, sumérgenos en el Misterio de Dios y en tus Misterios. (A.E.C.)