“José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la creatura que hay en ella viene del Espíritu Santo.” Mateo 1, 1-16; 18-23
Hoy nuestra Iglesia celebra el nacimiento de aquella que concibió en su seno virginal, por obra del Espíritu de Dios, al Mismo Hijo del Altísimo. Desde siempre fue elegida para su Maternidad Divina y muy pequeñita fue llevada al Templo para dedicarse a las cosas del Señor.
Hace algunos años estuve en la iglesia de Santa Ana en Jerusalén. Cuenta la tradición que en ese lugar se encontraba la casa que fuera de Joaquín y Ana, padres de la Virgen María. Al ingresar experimenté mucha ternura. A la entrada, en una pequeña capillita ví la imagencita de una bebé toda envuelta en vendajes según la costumbre judía.
Alegrémonos, Ella, la Madre del Hombre-Dios, es una de las nuestras pero Inmaculada y Santísima desde su Concepción. Su Sí cambió la Historia humana y por él aparecieron las primeras luces de nuestra Redención.
¡Salve, niñita del alma, regalo bendito de nuestro Dios! (A.E.C.)