“… y pasó la noche orando a Dios.” Lucas 6, 12 – 19
Quiero acercarme a la oración de Jesús o con más precisión, a Él Mismo cuando está sumergido en su Padre. El silencio, la oscuridad, la quietud de la noche, cubren el lugar elevado donde mi Maestro se postra ante Aquél que lo llamó su Predilecto, su Hijo muy Amado. Su diálogo íntimo está colmado de presente y de futuro, de gozos y dolores sin nombre. El Espíritu Divino invade a mi Señor, al único Hombre y Dios que va a elegir a quienes perpetuarán en sus sucesores la conducción de su Iglesia, su Esposa amadísima.
Doblego mi espíritu ante los Tres; oro con mi Salvador. ¡Cuántos serán fieles, lo darán todo, lo amarán con todas las fuerzas de su ser, trabajarán sin descanso, iluminarán las mentes y enardecerán los corazones de los miembros de su Cuerpo Santo! Pero no faltarán los traidores… Me quedo callada ante esta escena divina. No tengo palabras, quiero sentir y orar desde la hondura del alma de mi Esposo y Fundador de Nuestra Iglesia Santa. Esa es hoy mi lectio.
Intercedo por quienes recibieron el mandato de apacentar su rebaño, de llevarlo a pastos frescos de verdad y de bien.
Ayúdales oh Padre; que sean Uno con tu Unigénito, que los invada tu Espíritu. (A.E.C.)