“El Hijo del hombre tiene que padecer mucho y ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.” Lucas 9, 18-22
Nuestro Señor Jesucristo afirmó que nadie le quitaba la vida, que Él la entregaba voluntariamente. Leo en el Evangelio de Juan 10, 10-18: “Por eso mi Padre me ama, porque doy la vida para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita, sino que la doy voluntariamente.” En esta palabra: “voluntariamente,” encuentro la esencia del Amor redentor de Nuestro Salvador. Sufrió angustias mortales en el Huerto, padeció toda clase de tormentos físicos y morales y llegó a sentirse abandonado por el Padre pero aún así, entregó su espíritu en sus manos por amor a Él y a nosotros. Ni en los peores momentos de su Pasión se reveló ante las torturas, sino que prolongó su “Ecce venio”, “he aquí que vengo” de la Encarnación (Cfr. Hebreos 10, 9) Acabo de tener la experiencia de que si tomo lo que me sucede con mirada de fe y entereza, no me derribo y puedo ayudar más a mis hermanos.
Madre dolorosa, que aprendamos de Él y de Tí a sufrir con amor y valentía. Ayúdanos en nuestra fragilidad. (A.E.C.)