“Todo el día te estoy invocando, Señor, tendiendo las manos hacia Tí.” Salmo 88 (87)
Nuestra dependencia del Señor es absoluta. Él es el Dueño de todo cuanto existe; de Él venimos y a Él vamos. Cuando Nuestro Único Maestro nos enseña como orar, nos hace reconocer la Paternidad de Quien lo engendró y nos creó, del Dueño del Cielo y de la tierra, su infinita Santidad y la necesidad de que reine sobre nosotros y de que nos sometamos a su augusta Voluntad. Y a continuación nos enseña a extender siempre la mano para pedirle filialmente que nos regale el sustento de cada día y nos perdone nuestras culpas como nosotros lo hacemos con los demás y no nos permita ofenderle.
En fin, este eco nos ubica en nuestra realidad de absoluta de dependencia filial y nos invita a confiar en la adorable paternidad de Nuestro Dios.
Madre, Contigo oro: ¡Padre Nuestro que estás en los Cielos! (A.E.C.)