“Y digo de nuevo: “¿Con qué podré comparar al reino de Dios? Con la levadura que una mujer mezcla con tres medidas de harina y que hace fermentar toda la masa.” Lucas 13, 18-21
En medio de un mundo sin Dios y sin Ley nos toca ser sal, luz y fermento. Entonces, en donde estemos, con quienes tratemos, debemos dar sabor a Dios. A nosotros, que tenemos la felicidad inmensa de creer en Él y de obedecerle, nos corresponde iluminar las mentes con las verdades que se nos han revelado y hemos aceptado. Y además, es nuestro deber cambiar, con la gracia divina, los ambientes en donde estemos. Las personas que nos rodean deben crecer en el conocimiento, amor y respeto de nuestra fe y costumbres. Pero sobre todo es preciso que seamos instrumentos de paz, de amor a Dios y al prójimo, de consuelo y concordia entre todos. En fin, vivamos para que Dios sea creído, amado, obedecido y glorificado por las personas con las que tengamos contacto.
¡Venga a nosotros tu Reino, Señor! (A.E.C.)