“Así pues, cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo.” Lucas 14, 25-33
Me pregunto: ¿si no poseo ningún bien material significativo a nombre propio, a qué bien debo renunciar continuamente? “A los reclamos soberbios de mi ego:” honra, estimación, aprecio y aún cariño. Me falta llegar a un despojo total pero no quiero retener nada en contra de la Voluntad del Señor; tengo muchísimos modelos: en primer lugar me encuentro con Nuestro Señor Jesucristo. Si pienso en el Misterio de su Encarnación en mi Madre Inmaculada, lo sigo viendo como el Unigénito del Padre, pero revestido de nuestra condición humana. Nace en extrema pobreza, huye a un país pagano con sus padres, carentes de toda seguridad material. Vive y come del trabajo arduo de artesano, camina y se fatiga anunciando la llegada del Reino de Dios. Es odiado y rechazado, hasta morir atrozmente en el suplicio de la Cruz y está a la diestra de su Padre, Resucitado y Glorioso, pero también en pedazos frágiles de pan ácimo en la Divina Eucaristía.
Madre, la más humilde de las creaturas, ayúdame a despojarme de mi misma te lo ruego. (A.E.C.)