“Velad, pues…” Lucas 21, 25-28; 34-36
Para orar, y la oración es la respiración del alma, tengo que velar. Velar, no es solamente no dejarme dominar por el sueño fisiológico sino tener mi espíritu despierto al mundo sobrenatural y divino. Velar es no permitir que me dominen mis pasiones y afectos desordenados sino tener conciencia clara y constante de cómo debo obrar en cada momento y esto por amor al Señor y también a mi misma y a mis hermanos.
Nuestro Señor empleó varias veces este verbo “velar en modo imperativo.” En la parábola de las 10 vírgenes, las 5 prudentes llevaron aceite en sus lámparas o sea tenían virtudes para presentarse ante el Señor en el último momento. En fin, en el Huerto de los Olivos, Nuestro Señor nos recomendó solemnemente, en medio de su suprema angustia: Velad y orad para no caer en tentación.
Madre, por favor, manténnos despiertos espiritualmente. ¡Amén! (A.E.C.)