“… e Isabel se sintió llena del Espíritu Santo…” Lucas 1, 39-45
La Santísima Virgen es ante todo la portadora del Hijo Eterno del Padre hecho Hombre en Ella por obra del Espíritu Santo. Lo llevó en su seno virginal; es una con Él desde el primer instante de la concepción como Hombre, del Verbo Eterno de Dios. Éste tomó nuestra humanidad sin dejar la divina (Cfr. Fil. 2, 2). Y Ella, la Madre Inmaculada, le dió su substancia desde su condición de creatura. Fue la primera adoradora del Verbo Encarnado y se mantuvo anonadada ante la Trinidad Santísima en absoluta humildad y reconocimiento de su pequeñez. Por eso exclamó: “Porque ha puesto sus ojos en la bajeza de su esclava” (Cfr. Lucas 1,48). Cuando estoy con Ella, en unión de corazones, Ella me enseña a reconocer lo que soy y a mantenerme en actitud de humilde adoración y entrega de mi voluntad al Querer Divino.
¡Que así sea! (A.E.C.)