“¡María!” Juan 20, 11-18
Ella lloraba porque creía que ni siquiera volvería a ver el Cuerpo sin vida de su Maestro. Y Él estaba allí radiante y pleno de Amor salvador. Este mismo encuentro y aún mas íntimo puedo tener con mi Maestro cada vez que lo recibo en la Sagrada Comunión. Viene a mí bajo las Especies Sacramentales. Conoce mi nombre y mi historia, sabe que soy suya, no rehúsa venir a mí no obstante mis faltas y limitaciones, mis frágiles virtudes teologales y mi poca generosidad. Y sin embargo, me llama por mi nombre, lo pronuncia con amor infinito y sigue esperando mi respuesta plena, mi donación total, mi fidelidad inquebrantable. Quiero escuchar en mi inteligencia y en mi corazón su Voz divina e inconfundible, renuevo mi entrega, y agradezco su llamada y salvación y dejo que mi corazón entone el aleluya pascual desde el alma de Ella, la que exultó de gozo al verlo Resucitado.
¡Aleluya, aleluya! (A.E.C.)