“… de modo que al Nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre.” Filipenses 2, 6-11
¡Nuestro Señor Jesucristo es Señor! A Él toda la gloria, el honor y el poder. Esto, no solamente debo decirlo sino hacerlo realidad en mi vida. El Querer Divino es el que tiene que regir mis pensamientos, sentimientos y actuaciones; es decir, toda mi existencia. Si acepto el Señorío de Jesús, debo ser consecuente; me basta con conocer lo que le agrada para decidirme por ello, a pesar de mi fragilidad y repugnancias. Pido al Espíritu Santo me revista de sus dones para alcanzar la fidelidad en el amor. De lo contrario, buscaría mi propio interés y me haría tristemente, señora de mi existencia empobrecida por el egoísmo y la más espantosa ceguera. Si proclamo que Jesús es Señor, debo regirme por sus criterios y por su sentir. El modelo lo tengo en mi Madre querida; Ella pronunció y vivió su fiat con absoluta autenticidad y por amor.
Madre, oro como te gusta: Dios mío, yo no puedo, Tú si puedes, me abandono en Tí. (A.E.C.)