“El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día… El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él”. Juan 6, 52-59
No acabaré de comprender aquí en la tierra lo que significa alimentarme sacramentalmente con la Misma substancia de Nuestro Señor Jesucristo oculto en las Especies Sacramentales. Es un Misterio Sagrado y solo me queda creen en él, adorarlo y agradecerlo con la gracia divina. Pero no, hay algo más o mejor, es inagotable el sentido Misterioso pero absolutamente real que la Divina Eucaristía encierra. Dios Mismo se nos da, se hace uno con nosotros a pesar de nuestra miseria y vive en nosotros y nosotros en Él. Con razón los santos han hecho los Himnos eucarísticos que nos sumergen en este Misterio Sacrosanto. Y en la vida de todos ellos reconocemos las luces, el amor, la felicidad la fortaleza, la inmensa devoción que tuvieron a este Misterio adorable y central de nuestra fe.
Madre, dí con nosotros: nos diste Señor el Pan de vida que contiene en sí toda delicia. (A.E.C.)