“… cuando todavía estaba lejos, su padre lo vió y se le conmovieron las entrañas, se le echó al cuello, y le cubrió de besos.” Lucas 15, 1-3; 11-32
El Señor conoce muy bien nuestra flaqueza y cuáles son nuestras debilidades en el camino de la vida espiritual. Sabe de qué estamos hechos y no se le ocultan nuestros pecados. Tengo que presentarme ante Él tal y como soy. “El no está siempre enojado ni guarda rencor perpetuo” como leo en el Salmo 103. Todo este salmo me abre a la esperanza y me permite adentrarme en la Misericordia Divina. Pero si me fijo bien en esta Parábola, al papá lo doblega y domina su amor paternal. Antes de reclamarle el mal uso que hizo de su herencia y lo hondo que había caído, le expresa su ternura y le devuelve sus privilegios y dignidad de hijo. Jamás puedo desconfiar de la Misericordia divina. Dios no nos trata como merecen nuestros pecados pero debo reconocerlos y acudir al Sacramento de la Reconciliación.
Madre, ruega por nosotros los pecadores. (A.E.C.)