“El que acoge a un niño como este en mi Nombre, me acoge a mí…” Marcos 9, 30-37
Pienso en lo que para la mayoría de las personas es una meta anhelada: lograr el tener, el poder y el placer. Los tres, perseguidos a toda costa, llevan a la ruina, a la desgracia temporal y eterna. Vino Nuestro Señor Jesucristo y nos enseñó a valorar todo lo contrario. Al hacerse hombre para salvarnos, no solamente tomó nuestra condición humana sin dejar la Divina, sino que nació en extrema pobreza, de padres humildes y sencillos, fué artesano en su pueblo, supo de fatigas, carencias, rechazos, injusticias extremas y dolorosas y padecimientos más allá de lo creíble. Por eso, porque Él es nuestro Único y Supremo Maestro debemos preferir lo humilde y lo sencillo sin ambiciones malsanas que nos alejan de las actitudes de Aquél que nos dijo: “Aprendan de Mí que Soy Manso y Humilde de Corazón.”
Madrecita, haznos humildes y sencillos como Tú. (A.E.C.)