1 ¡Ay de aquellos que meditan iniquidad, que traman maldad en sus lechos y al despuntar la mañana lo ejecutan, porque está en poder de sus manos! 2 Codician campos y los roban, casas, y las usurpan; hacen violencia al hombre y a su casa, al individuo y a su heredad. 3 Por eso, así dice Yahveh: He aquí que yo medito, contra esta ralea, una hora de infortunio de la que no podréis sustraer vuestro cuello. ¡No andaréis con altivez, porque será un tiempo de desgracia! 4 Aquel día se proferirá sobre vosotros una sátira, se plañirá una lamentación y se dirá: «¡Estamos despojados del todo; la porción de mi pueblo se ha medido a cordel, y no hay quien restituya; a nuestros saqueadores les tocan nuestros campos!» 5 Por eso no habrá para vosotros nadie que tire el cordel sobre un lote en la asamblea de Yahveh.
14 Pero los fariseos, en cuanto salieron, se confabularon contra él para ver cómo eliminarle. 15 Jesús, al saberlo, se retiró de allí. Le siguieron muchos y los curó a todos. 16 Y les mandó enérgicamente que no le descubrieran; 17 para que se cumpliera el oráculo del profeta Isaías: 18 He aquí mi Siervo, a quien elegí, mi Amado, en quien mi alma se complace. Pondré mi Espíritu sobre él, y anunciará el juicio a las naciones. 19 No disputará ni gritará, ni oirá nadie en las plazas su voz. 20 La caña cascada no la quebrará, ni apagará la mecha humeante, hasta que lleve a la victoria el juicio: 21 en su nombre pondrán las naciones su esperanza.