Don Félix Cortés, un salesiano que por 30 años fue sacristán del Santuario del Niño Jesús en Bogotá, tenía junto a su cama un cuadro que representa a San José asistido por Jesús y María en la hora de la muerte. Un sacerdote recién ordenado le preguntó por qué tenía allí ese cuadro y el buen sacristán le respondió: “Es que ‘Chepito’ (así llamaba cariñosamente a San José) me va a obtener de Dios la gracia de tener una buena y santa muerte. Es lo que le pido todos los días”.
20 años después aquel mismo sacerdote visitó al señor Cortés y al ver que ahí tenía junto a su cama el cuadrito de San José le dijo: “¿Todavía le sigue rezando a este santo?”. “Sí, -respondió el buen hombre- y estoy seguro que tan amable santo me va a conseguir una buena muerte”. Pocos meses después (en 1997) se enfermó y cayó en cama. Una tarde, estando toda la Comunidad de los Salesianos que atienden el Santuario, rezando las vísperas en la Capilla, llegó un enfermero y les dijo: “Me parece que el señor Cortés ha entrado en agonía”. Corrieron todos a su lado. Ocho sacerdotes y un hermano coadjutor. El piadoso moribundo acababa de asistir a una Santa Misa celebrada en su habitación de enfermo. Antes se había confesado y había recibido la unción de los enfermos. Comulgó y al terminar la Eucaristía le dijo al celebrante: “Padre, por favor concédame la bendición de los agonizantes, porque veo que ha llegado mi hora final”. El sacerdote le dió una bendición especial y el enfermo se quedó dormido. Llegaron luego todos los religiosos y el superior de la Comunidad le fue rezando las oraciones de los agonizantes. Los ocho sacerdotes le impartieron su bendición sacerdotal, y así, recién confesado, acabando de comulgar y de asistir a la celebración de la Eucaristía, pasó santamente a la eternidad. Uno de los allí presentes exclamó: “Esto es una muerte que no la tienen ni siquiera los obispos”. Y otro añadió: “Es que siempre le pidió a San José que le concediera una santa muerte y el gran santo le obtuvo esa gracia tan especial”.