La primera que se propuso propagar la devoción a San José fue Santa Brígida, una santa del año 1.300 que recibió impresionantes revelaciones del cielo.
Luego vino San Bernardino de Siena del año 1.400, el más grande predicador de su tiempo, que por todas partes recomendaba a la gente que rezara a San José y experimentarían los grandes favores que él obtiene.
Más tarde llegó Santa Teresa de Ávila, hacia 1.570, la cual fue curada por intercesión de San José de una gravísima enfermedad de parálisis que la tuvo inmovilizada por meses y meses, hasta el punto de no poder mover ni un dedo ni abrir los ojos, y con espantosos dolores. Cuando los médicos dijeron que ya no podían hacer nada, la santa se encomendó a San José y él le obtuvo milagrosamente la curación. Desde entonces en todos sus viajes apostólicos, la santa llevaba una estatuita de San José, su amable protector, y a los numerosos conventos que fundó les puso como patrono a San José.
Otro gran promotor de la devoción a este santo fue San Francisco de Sales (año 1.600). El santo más amable que ha existido. Él repetía: “Jamás se ha oído decir que alguien haya rezado con fe a San José y no haya conseguido favores muy especiales del cielo”.